Las reglas son importantes


Las relaciones entre dos seres siempre se verán definidas por sus diferencias y cosas en común. Las familias en la naturaleza son, en principio, la unión de dos o más miembros que deciden convivir para procrear, guardar un territorio, cazar y así mantener la especie. Pero eso no funcionaria sin ciertas reglas que cumplir, sin ciertos protocolos que mantener; dicho de otra manera, se necesita de unos límites para mantener la armonía en las manadas, clanes o familias.

Desde que conocí la convivencia de las personas y los perros en la ciudad, noté de inmediato que los límites son casi inexistentes; los pocos que se ponen son básicos y no se ven como reglas, sino más bien como beneficios otorgados sin más. La discusión frecuente en estos tiempos es el maltrato y tratamos de dar la mejor calidad de vida a nuestros perros basados en conceptos netamente humanos, y eso conlleva a veces al irrespeto del otro.

Dos lobos que se encuentren y se junten no tendrán casi problemas en su convivencia y podrán desarrollar sus vidas casi de inmediato por una sencilla razón: hablan el mismo idioma. Los perros y los humanos iniciaron sus procesos de acercamiento y trabajo hace unos miles de años, y aunque con certeza no sabemos cómo ocurrió, algo que sí podemos asegurar es que para ambas especies funcionó; de lo contrario, no hubiera sido tan exitosa la domesticación.

Los primeros perros tenían que trabajar junto al hombre en algo que llevaba a la supervivencia del otro: la caza. Un trabajo que en cualquier especie depredadora requiere de un orden, disciplina y comunicación perfecta. ¿Cómo lo hacían? No hay muchas respuestas que podamos encontrar, pero sí puedo asegurar que los vínculos eran fuertes entre hombres y perros; de lo contrario, la obediencia no se presentaría. Es mucho más fácil mantenerse y trabajar en un grupo que me respeta, me alimenta, me cuida y me ayuda a perpetuar mi especie.

Los perros de hoy se encuentran entre humanos que no están interesados en hablar su idioma, que tienen miedo de colocar límites y que solo ofrecen cuidados y mimos. Desde el punto de vista nuestro, parece perfecto, pero ¿qué pensarán los perros? ¿Cómo se sentirán entre nosotros? Tal vez confundidos y frustrados por inutilidad. No es tan difícil comparar a los perros con animales de zoológico; los perros viven vidas similares: grandes jaulas aburridas y poco estimulantes, y unos cuidadores que traen comida y agua cada tanto, viendo pasar sus vidas sin nada que hacer.

Tratar de simular y ofrecer una vida con reglas, propósitos, cosas que cumplir, trabajos que hacer, una vida donde se le ofrece un espacio y se le respeta, y donde también le digo que hay cosas que se deben cumplir, debe ser la mejor manera de tener un perro. La primera vez que usé un tapete olfativo con mi cocker de 12 años, noté algo en sus ojos que solo había visto cuando intentaba cazar palomas. Recuerdo que utilicé su comida y la esparcí en el tapete; su nariz de inmediato se sumergió y comenzó a trabajar. Escuchaba desde mi cama cómo ella esnifaba, intentando encontrar las codiciadas pepas. Trabajó unos 15 minutos hasta encontrar y devorar la última pepa; luego se fue a su cama y parecía satisfecha, durmió casi de inmediato.

Recuerdo que al día siguiente, cuando escuchó la bolsa de la comida, corrió, pero esta vez no corrió hacia el plato, lo hizo directamente al tapete. Y me pregunté: ¿por qué? Y sin dudarlo, aseguro que fue la diferencia al momento de comer. El tener que emplear sus sentidos para lograr comer la tuvo que haber hecho sentir viva, despertó su interés. El insípido, aburrido y frío plato en el que había estado comiendo los últimos años se vio reemplazado por un interesante instrumento que la hizo trabajar y sentirse como un perro, el exitoso descendiente del lobo, uno de los depredadores más talentosos y trabajadores del planeta.




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